Hoy en día, ningún otro animal doméstico acapara tanto la atención de los científicos
como el perro. En este sentido, las investigaciones se centran especialmente en
los dos ámbitos más importantes: «El aprendizaje, la cognición y la inteligencia
de los perros» y «La interacción y el apego entre el perro y el hombre». A continuación,
se describirán los principales resultados de las investigaciones más actuales asociadas
al tema de «la interacción y el apego».
Se trata de una cuestión que no sólo resulta de interés para los dueños de los perros,
que podrán saber qué piensa su perro de ellos o si les tiene afecto, sino también
de un tema muy interesante para los científicos. ¿Se fundamenta este «amor» en la
reciprocidad? Es decir, ¿le interesa tanto a un perro establecer un vínculo estrecho
con su dueño como al contrario? ¿O se trata más bien de un anhelo del ser humano
de que nuestros perros nos «quieran»? Y de ser cierto que a los perros les resulta
importante este apego a los hombres, ¿cuál es el motivo que subyace a este hecho?
¿Será porque les alimentamos y les proporcionamos un lugar confortable donde dormir,
o se esconde algo más?
Desde los años 40, se viene investigado exhaustivamente el surgimiento y los cambios
en las relaciones humanas (del inglés, attachment). La teoría del apego resultante,
desarrollada por Bowlby, Robertson y Ainsworth, parte de la base de que los humanos
sienten una necesidad innata de establecer relaciones con otras personas y que,
gracias a estos vínculos, las personas ganan la confianza necesaria para, por ejemplo,
salir a explorar el mundo. En los niños pequeños, una distancia demasiado amplia
con la persona de apego puede llegar a provocar estrés. Aquellos niños que crecen
en una «situación de apego segura» se convierten con el tiempo en adultos con grandes
competencias sociales, llenos de fantasía, con una elevada tolerancia al estrés,
mayor capacidad de concentración y, en general, más seguros de sí mismos que aquellos
que carecieron de ese apego seguro. Este hecho también se denomina «efecto de base
segura» o «efecto de refugio seguro».
James Serpell, conductista norteamericano, describe la relación entre los perros
y los humanos como asimétrica, como una relación basada en la dependencia que se
asemeja a la que se da entre padres e hijos. Partiendo de esta hipótesis, Gacsi
y sus colaboradores del grupo de investigación etnológica de la Universidad de Budapest,
comenzaron hace unos años a observar a los perros y a sus dueños en un experimento
muy simple. Observaron el comportamiento de los perros y procedieron a medir su
ritmo cardiaco durante dos encuentros con personas amenazantes desconocidas: en
una de las ocasiones el perro se encontraba solo en una sala y, en la otra, el dueño
del perro estaba presente. Como reacción a la presencia de esos desconocidos, los
perros mostraron en general un pulso acelerado y, dependiendo de cada caso en concreto,
un comportamiento de estrés. Sin embargo, en presencia de su amo, la reacción era
notablemente inferior a la que se producía cuando el perro se encontraba solo. En
este caso, el orden sí desempeña un papel fundamental en los acontecimientos. En
uno de los grupos, los perros se encontraban primero a solas con las personas desconocidas
y, a continuación, se producía el encuentro en presencia de sus dueños; en el otro
grupo, el orden era el inverso.
Cuando el perro se encontraba primero a solas con el desconocido y luego lo volvía
a ver en presencia de su dueño, el ritmo cardiaco y el comportamiento mostraban
una intensidad diferente (la presencia del dueño confería seguridad al perro). Sin
embargo, los perros también mostraban un aumento notable del ritmo cardiaco y el
estrés estando en presencia de sus dueños. No obstante, cuando el perro se encontraba
primero con el desconocido en presencia de su dueño y, a continuación, estando solo,
el estrés y el pulso se mantenían notablemente por debajo. Los investigadores explicaron
este hecho por un efecto de aprendizaje: el propietario tiene una suerte de efecto
memoria que permite al perro enfrentarse más relajadamente a un factor de estrés
recurrente sin la presencia de su dueño. Resulta interesante que, en todos los casos,
los propietarios de los perros se mostraban pasivos, es decir, simplemente «estaban
allí» y no interaccionaban en modo alguno con los perros.
La conclusión general de los investigadores en relación a éste y otros experimentos
similares es que en la relación «perro-dueño» se producen efectos análogos a los
que se producen en la relación «padres-hijos»: el efecto de base segura se da también
en los perros (Gacsi et al., 2013). En 2013, Horn y sus colaboradores llegaron a
un resultado similar al enfrentar a diferentes perros a situaciones complejas con
diversos sujetos de ensayo. En presencia de sus dueños, los perros intentaban resolver
las diferentes tareas con más ahínco y proactividad que cuando estaba presente un
desconocido.
¿Por qué se produce este hecho? Lo más probable es que, durante la prehistoria,
los primeros lobos no buscaran activamente un «refugio seguro» y se relacionaran
con los hombres sin más. Sin embargo, la «seguridad», en su sentido más amplio,
sí ha desempeñado un papel decisivo en la evolución de la extraordinaria convivencia
entre animales y humanos sobre la faz de la tierra. Según Coppinger & Coppinger
y otros investigadores, durante la Edad de Piedra, los primeros lobos se acercaban
a los asentamientos humanos, porque era precisamente allí donde encontraban alimento
y refugio frente a sus adversarios. En el transcurso de pocas generaciones, surgió
una simbiosis en la que ambas partes se beneficiaban de la relación. Los lobos primigenios
se mostraban cada vez menos esquivos a la hora de tratar con los humanos y terminaron
convirtiéndose en los primeros perros. Fue, a más tardar, en el Neolítico (aprox.
13 000 AC), cuando estos perros se habían alejado anatómicamente tanto del lobo
que se les comenzó a denominar perros domésticos (Drake et al., 2015).
Existen determinadas características de los lobos primigenios, como la predisposición
a la cooperación y su tolerancia frente a otras especies (incluso rivales), que
han contribuido a que se produzca esta evolución. En 2015, Range y sus colaboradores
consideran que la tolerancia y la predisposición a la cooperación no se desarrollaron
durante el proceso de domesticación, sino que, junto a un comportamiento social
intraespecífico diferenciado, son, efectivamente, factores decisivos para el surgimiento
de lo que hoy entendemos como perro doméstico. Otros elementos, como la utilización
de gestos de indicación humanos y la capacidad de «poder leer» el comportamiento
expresivo de las personas, parecen ser más un efecto que la base de la domesticación.
Los perros muestran una gran predisposición a reaccionar a los gestos de los humanos.
En principio, no resulta sorprendente, ya que el cumplimiento de las señales emitidas
por un interlocutor social resulta DETERMINANTE para alcanzar una convivencia distendida
dentro de un determinado grupo social o para resolver con éxito tareas como la captura
de una presa de mayor tamaño y peligrosidad. Como consecuencia de la domesticación,
en el transcurso de la convivencia con las personas, los perros han desarrollado
y aprendido esta capacidad de utilizar las señales de los hombres en su propio beneficio.
Tal y como indican numerosos estudios realizados en los últimos años (compilados,
por ejemplo, por D’Aniello et al., 2015), los perros buscan el contacto visual con
los humanos con más intensidad que los lobos y reaccionan a los gestos con la cabeza
o los gestos de indicación mejor que estos últimos. Siempre y cuando, eso sí, no
se trate de conseguir comida. Cuando se trata de obtener alimentos, los lobos acostumbrados
a la presencia de los humanos aprovechan sus indicaciones mejor que los perros.
Sin embargo, tal y como demostraron Lazarowski & Dorman en 2015, parece ser que
el grado de socialización de los perros con los humanos también desempeña un papel
importante en esta forma de cooperación. Compararon perros de laboratorio (con un
menor contacto con los humanos) con perros criados por sujetos privados. Los perros
criados por sujetos privados obtuvieron una mejor puntuación que los perros de laboratorio
a la hora de interpretar las correspondientes indicaciones.
No obstante, el grado de aprovechamiento de los gestos o los símbolos en situaciones
o tareas desconocidas también depende, al igual que la atención general que se presta
al dueño, del nivel de adiestramiento de los perros. Durante los paseos «normales»,
los perros con un elevado nivel de adiestramiento (VPG, agility, entrenamiento de
perros de rescate, etc.) miran con más frecuencia a sus dueños que los perros que
no están adiestrados. Además, cuando los perros adiestrados se enfrentan a pruebas,
como la búsqueda de objetos, los rodeos u otros ejercicios, se implican en la resolución
de las mismas de forma más activa, exhaustiva y autónoma que aquellos perros que
no están adiestrados. Los perros no adiestrados buscan el contacto visual con sus
dueños con mayor frecuencia que los perros con un elevado nivel de adiestramiento,
quizás como forma de validar su comportamiento, mientras que estos últimos trabajan
de forma autónoma en la resolución del ejercicio. Por contra, en el llamado paradigma
de la tarea imposible (impossible task paradigm; Miklosi et al., 2003; Marschall-Pescini
et al., 2009, D’Aniello, 2015) ocurría precisamente lo contrario. En este ensayo,
los perros aprenden, en primer lugar, a extraer comida de una caja. A continuación,
la caja se coloca de tal forma que los perros son capaces de verla, pero no de acceder
a ella. Es decir, las estrategias de resolución de problemas que habían aprendido
con anterioridad no les sirven de nada. Ante esta frustrante situación, los perros
con un adiestramiento intensivo buscan un mayor contacto visual con sus amos, manteniéndolo
durante más tiempo que los perros sin adiestramiento.
Sin embargo, hay que analizar las dos caras de la moneda. Si bien es cierto que,
para un adiestramiento de éxito, resulta muy positivo que el perro mire con frecuencia
a su amo y aproveche sus indicaciones para resolver el ejercicio, también es verdad
que, a la hora de resolver tareas más complejas, esto puede implicar sus riesgos.
En 2011, Lit y sus colaboradores pudieron demostrar que no se debe infravalorar
el llamado «efecto Clever Hans» en el trabajo con perros detectores de drogas y
explosivos. El hecho de que el guía canino sepa o no de la existencia de odoríferos
en la zona de búsqueda, afecta considerablemente al «rendimiento» del correspondiente
can.
Sin duda, uno de los grandes retos durante el adiestramiento canino es controlar
el efecto Clever Hans y minimizarlo al máximo. Debido a la predisposición a la cooperación
y a la tolerancia mencionada con anterioridad, los perros están predispuestos a
colaborar con los humanos. En el año 2013, Bräuer y sus colaboradores pudieron demostrar
que los perros se inclinan a ayudar a las personas en la resolución de tareas difíciles,
como, por ejemplo, abrir una puerta, siempre en el marco de sus limitaciones anatómicas,
por supuesto. En este ensayo, un hombre trataba sin éxito de encontrar una llave
para abrir la puerta en varias ocasiones. El perro podía abrir la puerta sin esfuerzo
presionando un botón con el hocico. Los canes «ayudaban» a las personas de dos formas
distintas, ya fuera obedeciendo sus órdenes cuando la persona apuntaba directamente
al botón o presionando el botón cuando la persona se mostraba «desvalida» ante la
puerta buscando la llave sin éxito y dirigiéndose al perro al hablar. En este sentido,
la identidad de la persona «desorientada» no parecía desempeñar un papel fundamental.
Los perros ayudaban a sus amos igual que lo hacían con los sujetos desconocidos.
Es bien sabido que los perros pueden coordinar su comportamiento con un compañero
canino para resolver una tarea conjunta y, si es necesario, pueden esperar a que
su compañero termine su trabajo. En 2014, Ostojic y Clayton pudieron demostrar con
un sencillo «experimento del truco de la cuerda» que los perros también muestran
esta predisposición a la cooperación con los humanos. La comida sólo se podía sacar
del cajón cuando dos individuos trabajaban en conjunto y tiraban de «su» cuerda
al unísono. Durante el ensayo, el can tenía que esperar hasta que su compañero humano
hubiera «seleccionado» su cuerda. Ninguno de los individuos podía resolver la tarea
en solitario, ya que las cuerdas estaban demasiado separadas como para que el perro
pudiera cogerlas con la boca para tirar de ellas. Durante el experimento de la cuerda,
los perros trabajaban correctamente con un sujeto de prueba desconocido. Sin embargo,
cuando los perros tenían que resolver varias tareas/problemas sucesivamente y con
diferentes compañeros humanos, los canes mostraban una clara preferencia a trabajar
con sus amos (Kerepesi et al., 2015).
Al comienzo nos preguntábamos si el «amor» entre perros y humanos se fundamenta
en la reciprocidad, si para los canes es importante el apego a los humanos y, de
ser así, por qué. Tal y como venimos demostrando hasta ahora, parece que los humanos
desempeñan un papel verdaderamente importante en la vida de los perros como compañero
social o de apego, y no sólo porque sean los que se encargan de abrir las latas
de comida. Si así fuera, los perros deberían ser capaces de cooperar perfectamente
con cualquier desconocido que les demostrara que merece la pena confiar en ellos
poniéndoles un trozo de comida bajo el hocico. Sin embargo, los ensayos de Kerepesi
y sus colaboradores han demostrado precisamente lo contrario. Al igual que los humanos,
los perros también sienten un apego especial por un sujeto en concreto y, por norma
general, este sujeto suele tener dos piernas en vez de cuatro patas, al menos cuando
se trata de perros únicos. A día de hoy, todavía no se ha demostrado si aquellos
perros que se crían junto con otros canes prefieren a un compañero canino o a uno
humano.
En un «experimento clásico de celos destinado a bebés de seis meses» pero adaptado
específicamente para su realización en perros, estos mostraron reacciones análogas
frente al «comportamiento erróneo» de sus amos que las que mostraron los niños de
cara a sus progenitores (Harris & Prouvost, 2014). Durante el ensayo, los dueños
de los perros se entretenían leyendo un libro con atención o jugando con una calabaza
hueca o un perro de peluche. Dependiendo del objeto con el que sus amos se entretuvieran,
los perros mostraban comportamientos muy dispares: si la persona jugaba con el perro
de peluche, los canes parecían mucho más inquietos e intentaban empujar/apartar
el objeto, llegando incluso a exhibir un comportamiento agresivo, intentando quitarle
el objeto al dueño, que cuando éste se entretenía con la calabaza o el libro. Los
científicos debaten en la actualidad si los celos son un sentimiento primitivo que
ha evolucionado a lo largo de la historia y que, al menos en animales sociales,
resulta de gran utilidad biológica. Según esto, este sentimiento se daría en diferentes
especies del reino animal. Sin embargo, el perro es la única especie animal cuyos
individuos tienen la capacidad de mostrar celos de forma reconocible y diferenciada
en relación a miembros de otra especie (en este caso, la humana). Los investigadores
consideran este hecho un indicio del apego emocional existente entre perros y humanos,
que se manifiesta de forma recíproca... Y que supone una prueba más de la elevada
capacidad social-cognitiva de los perros.
Ciertamente, en lo que respecta al apego y a las emociones recíprocas, también es
interesante observar al sujeto que se encuentra al otro extremo de la correa. Y
eso es, precisamente, lo que hicieron Stoeckel y sus colaboradores en 2014, cuando
analizaron el patrón de actividad en cerebros humanos con ayuda de un escáner IRMf.
En este caso, los sujetos de ensayo eran mujeres con al menos un hijo y al menos
un perro. Las mujeres veían imágenes de su propio hijo y de niños ajenos, así como
de su propio perro y de perros ajenos. Las áreas del cerebro responsables de la
formación de emociones, el reconocimiento de las recompensas, la amistad y la cognición
social son de sobra conocidas. Durante el experimento, se comprobó si era posible
medir una actividad diferente en estas áreas dependiendo de la foto que las mujeres
vieran. Y así fue, ya que, no es sólo que al observar a niños o perros desconocidos
la reacción de las madres fuera más o menos «fría», sino que, al ver las fotografías
de sus propios perros, se desencadenaban unas emociones y unos procesos de agitación
análogos y de una intensidad sólo ligeramente inferior a los que se producían al
ver las imágenes de sus propios hijos.
Así pues, parece ser que el «amor» entre perros y humanos sí se basa en la reciprocidad.
Sin embargo, también es cierto que todavía resulta complicado realizar mediciones
y emitir juicios concretos. Ya lo habían intentado Rehn y sus colaboradores en 2014.
Por una parte, evaluaron la intensidad del apego emocional del dueño con su perro
en base a un formulario estandarizado. Y, por otra parte, analizaron la intensidad
del apego por parte del can observando el comportamiento del mismo al separarse
y reencontrase con su amo. Además, durante la fase de separación, se enfrentaba
al perro con una persona desconocida. En base a los resultados del experimento,
los investigadores concluyeron que la intensidad del apego emocional por parte del
humano no tenía una relación causal con un mayor apego por parte del perro. No obstante,
y dado que realizaron el ensayo con tan sólo un grupo de 22 equipos de dueños de
perros, los científicos declararon que sería necesario realizar más estudios con
más sujetos de prueba y que se debería analizar por separado lo que ocurre en general
en la convivencia entre perros y dueños, cómo se estructura el día a día, etc. En
2015, Payne y sus colaboradores advirtieron al mismo tiempo que características
humanas, como la predisposición al apego, la amistad y una actitud en general positiva
hacia los perros, también desempeñan un importante papel en lo que respecta al apego
o las emociones que el perro demuestra hacia su dueño.
Sería interesante analizar, también, si el tipo de interacción amistosa con un humano
puede desempeñar un papel clave para el perro. En 2015, Feuerbach y Wynne estudiaron
el comportamiento de los perros en dos tipos de interacción: por un lado, las personas
se dirigían a los perros de forma amistosa, pero sin contacto físico, y, por otro,
los sujetos acariciaban a los perros con esmero, pero sin dirigirles la palabra.
En este caso, los sujetos eran o los amos de los perros o personas desconocidas
y, además de utilizar perros criados por sujetos privados, también se analizó el
comportamiento de perros de centros de acogida sin un referente de apego, siendo
los propios perros quienes se inclinaban por una u otra forma de interacción. Todos
los perros, incluidos aquellos que provenían de un centro de acogida, se decantaban
por que les acariciaran en vez de que se dirigieran a ellos en un tono amistoso.
También se detectó que los perros no parecían cansarse de las caricias en ningún
momento. En ese caso, e incluso cuando se trataba de un desconocido, los perros
aguantaban los cinco minutos que duraba cada interacción sin inmutarse, mientras
que, cuando no había contacto físico, los perros perdían rápidamente el interés
y se alejaban del correspondiente sujeto.
Hasta aquí el resumen de los resultados de los últimos ensayos asociados al tema
de la interacción y el apego entre perros y humanos. Sin duda alguna, queda mucho
por investigar en esta materia y esperamos con anhelo los hallazgos y conclusiones
a los que se llegue en un futuro. En cualquier caso, es seguro que los resultados
obtenidos servirán a los dueños de los perros para verificar aquello que siempre
supieron: los perros enriquecen nuestra existencia y, si lo hacemos bien, nosotros
también enriquecemos la suya. O, expresado en palabras de Udell y Wynne (2008),
«quizás deberíamos dejar de elucubrar y dedicarnos, simplemente, a querer a nuestros
perros».
Dra Barbara Schöning